SIGNOS DE LUCES Y SOMBRAS:
TERRITORIO PROHIBIDO PARA LOS LÍMITES.
Por
Ítalo Morales
¿Alguna vez han escuchado el grito lastimero que emiten las palabras al
contacto con el fuego? ¿Han sentido que
lo real se puede convertir en la suma
de sueños postergados? Responder a estas preguntas es oficio de
poetas que bordean los abismos, que se
cogen de las palabras para no caer o
para no sentir la caída inadvertida. Sentir la ebullición de los sueños más
allá de la vigilia es acceder al reino de lo surreal: es penetrar en las comarcas de
Jorge Castillo Fan.
Su poemario Lámpara de Fiebre
se constituye en un avasallante fulgor de signos que sugieren a un primer nivel
una cascada de imágenes que transitan
entre la frágil contemplación de lo real y la marejada onírica. Mantiene una
profunda autorreferencialidad con el lenguaje, el mismo que por su propia
dinámica se torna en medio y en objeto al mismo tiempo. En un nivel más
profundo-revelación de los elementos que
motivan y generan los significados subconscientes- encontramos una serie de
oposiciones sígnicas, que trataremos de explicar por su gran referencialidad.
Para comprender el texto completo
partimos de una semiología evidente que atraviesa el poema y que se traduce
en dos términos que subrayo: FUEGO y
SUEÑO. Veremos que FUEGO se refiere, en su connotación clasemática, a la corporalidad, temporalidad y límite,
mientras que SUEÑO referirá una serie de categorías como
fugacidad, evasión, intemporalidad. A esto se unen otros elementos como alma, lluvia, ojos,
cuerpo, alas, viento, etc y que como bien explica la prologuista Pilar
García Huerta, éstos se comunican entre
sí porque en todos ellos coexiste lo hallado y lo perdido simultáneamente. Los
poemas están atravesados por imágenes y
conceptos que se entrechocan como si fueran tierra y cielo, referente y
conciencia: luminarias de un todo que no cesa.
A partir de la corporalidad, que
es parte del FUEGO, el yo lírico
empieza su danza metafísica de búsqueda y desvelo: porque lo real es horrenda
como fábula, como diría Juan Ojeda. Las primeras luces lo ofrecen los versos
que irán asimilando la dialéctica y ebullición
de lo irracional: delirio luego
existo es el primer concepto anticartesiano que extiende su nube de opacidad. A partir de este instante el discurso es una continua
serie de oposiciones entre el FUEGO que anuncia la corporalidad y el SUEÑO (delirio) que refiere la
evasión. Muchas palabra y frases sintagmáticas están refiriendo de
una manera tenaz este perpetuo acto calcinatorio: flor de fiebre, alas que crepitan, crepitar que se ala, lámpara del
insomnio, etc. Por otro lado el SUEÑO cuya significancia a nivel profundo nos
refiere la idea de lo eterno o
intemporalidad, se opone a la noción del
FUEGO (corporalidad).
¿Cómo se explica esta noción opositiva y qué relación existe entre las
palabras que designan un mundo des-realizado y el yo lírico? Creemos que el yo
lírico se regodea en una subjetividad que elimina toda referencia a lo externo,
tomado éste en función pragmática. El lenguaje está absolutamente despragmatizado
y tiene una autorreferencialidad que celebra su propia búsqueda etérea y surreal del infinito. Las imágenes siguen un orden ascendente y descendente, a
veces caóticas, que sugieren una dialéctica u osmosis ininterrumpida: elipsis
de un vértigo que sólo corresponde a la órbita de lo no vivido y lo imposible. Entre la corporalidad, que
será el signo del fuego que calcina los últimos escombros referido a los ojos,
manos, etc. (temporalidad), y el sueño (signo subyacente de la intemporalidad) hay
un puente que comunica las pulsaciones en un festín de luces y sombras. Dice:
“Una palabra
una sola palabra
que aflore del fuego
más perfecto
de los cuerpos
sellados por el viento (…)
Una palabra
un puente que se
enciende para siempre
un solo soplo de alma
y todo bajo el cielo
estará dicho”.
Por eso el sentido del infinito y de claridad no se halla en esta aparente realidad, sino en los extramuros, en
la otredad donde la lejanía se contempla con ojos acaecidos: “el mar nos presta su lengua”, dice el yo lírico al reconocer que el silencio es la tortura omnipresente. A través del signo agónico que
está celebrando su ardor y su fiebre, el cuerpo se transmuta en una cadena de
vibraciones hacia la fugacidad, y la proyección de una tentativa de muerte se
desvanece. La evasión se engendra en ese
margen donde el yo lírico bordea el lenguaje, pero tiene la ligera conciencia
de que su asimilación total es inasible.
Estas recurrencias se observan claramente cuando expresa:
Fuego de canto: alma
Canto de fuego: alma
Su reconversión dialéctica es:
Alma del canto: fuego
Canto del alma: Fuego
Este último poema es esencial y
se constituye para nosotros en el eje del entendimiento del libro. Estas
oposiciones no son gratuitas, al margen de su relación con lo cognitivo. Es
idea antes que emotividad. El poemario para esto se carga de una serie de
frases cuyos lexemas principales
refieren referentes concretos o abstracciones ideales. Por ejemplo “Y esa palabra/fósforo de tiempo”. Es
una metáfora que se puede entender como destrucción del tiempo.
De igual forma ejemplos que sustentan esta comunicabilidad entre estas oposiciones
son las siguientes frases:
.La lámpara de tu ausencia
.Flor de ensueño
.Jardín de encuentros
El poemario está saturado de este tipo de enunciados que concurren a
crear esa sensación de luz y de sombra, de vértigo continuo que no muere. Las
palabras lámpara, flor, jardín
(referentes del lado de la corporalidad y materialidad) son parte de la
calcinación que también involucra al cuerpo, mientras que sus adjetivaciones a
través de enlaces como ausencia, ensueño,
encuentros, está comunicándose con el margen de intemporalidad: Allí la
conexión subconsciente con el territorio
de lo emotivo.
¿Sólo las palabras son los componentes emulsionadores de una suerte de
esperanza y de puente salvable entre ese fulgor-muerte y la otredad que es sueño- evasión? En un primer momento todo concurre a acelerar este proceso, sin embargo, luego
hallaremos que al final del poemario,
cuando el yo lírico siente que su recorrido hacia el abismo y la fogata es ineluctable surge la luz transfigurada de un amor que destruye los márgenes: edifica una nueva
ventana:
“Más allá del latido y la palabra
tu amor que danza en fuego
y deshace las aspas de la muerte
Más allá de tu fiebre y mi delirio
Tu amor que alumbra el agua sin final…”
Esto es una referencia intensa,
pero no revela un suficiente fulgor para la definición total. Siempre el FUEGO y la fiebre serán una constante celebración que reconoce la fugacidad como ajena a la
experimentación feliz: la soledad y el desierto de la sombra y la luz
se mezclan con ella: simbiosis de muerte y vida, donde sólo la palabra
es el dios fueguino del mundo borgiano.
Corolario: La palabra aúlla lastimeramente en su camina viviente a la perfección
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