lunes, 16 de abril de 2012


 SIGNOS   DE LUCES Y SOMBRAS: TERRITORIO PROHIBIDO PARA LOS LÍMITES.



                                                                                                          Por Ítalo Morales





¿Alguna vez han escuchado el grito lastimero que emiten las palabras al contacto con el fuego? ¿Han  sentido que lo real se puede convertir  en la suma de  sueños postergados?  Responder a estas preguntas es oficio de poetas que bordean los abismos, que   se cogen de las palabras para no  caer o para no sentir la caída inadvertida. Sentir la ebullición de los sueños más allá de la vigilia es acceder al reino de  lo surreal: es penetrar en las comarcas de Jorge Castillo Fan.





Su poemario Lámpara de Fiebre se constituye en un avasallante fulgor de signos que sugieren a un primer nivel  una cascada de imágenes que transitan entre la frágil contemplación de lo real y la marejada onírica. Mantiene una profunda autorreferencialidad con el lenguaje, el mismo que por su propia dinámica se torna en medio y en objeto al mismo tiempo. En un nivel más profundo-revelación  de los elementos que motivan y generan los significados subconscientes- encontramos una serie de oposiciones sígnicas, que trataremos de explicar por  su gran referencialidad.





Para comprender el texto completo  partimos de una semiología evidente que atraviesa el poema y que se traduce en dos términos que subrayo: FUEGO y SUEÑO. Veremos que FUEGO se refiere, en su connotación clasemática,  a la corporalidad, temporalidad  y  límite, mientras que SUEÑO  referirá una serie de categorías como fugacidad, evasión, intemporalidad. A esto se unen  otros elementos como alma, lluvia, ojos, cuerpo, alas, viento, etc y que como bien explica la prologuista Pilar García  Huerta, éstos se comunican entre sí porque en todos ellos coexiste lo hallado y lo perdido simultáneamente. Los poemas  están atravesados por imágenes y conceptos que se entrechocan como si fueran tierra y cielo, referente y conciencia: luminarias de un todo que no cesa.



 A partir de la corporalidad, que es parte del FUEGO, el yo lírico empieza su danza metafísica de búsqueda y desvelo: porque lo real es horrenda como fábula, como diría Juan Ojeda. Las primeras luces lo ofrecen los versos que irán asimilando la dialéctica y ebullición  de lo irracional: delirio luego existo es el primer concepto anticartesiano que extiende su  nube de opacidad. A partir de  este instante el discurso es una continua serie de oposiciones  entre el FUEGO que anuncia la corporalidad y el SUEÑO (delirio) que refiere la evasión.  Muchas palabra  y frases sintagmáticas están refiriendo de una manera tenaz este perpetuo acto calcinatorio: flor de fiebre, alas que crepitan, crepitar que se ala, lámpara del insomnio, etc. Por otro lado el SUEÑO  cuya significancia a nivel profundo nos refiere la idea de  lo eterno o intemporalidad, se opone a la noción   del FUEGO (corporalidad).



¿Cómo se explica esta noción opositiva y qué relación existe entre las palabras que designan un mundo des-realizado y el yo lírico? Creemos que el yo lírico se regodea en una subjetividad que elimina toda referencia a lo externo, tomado éste en función pragmática. El lenguaje está absolutamente despragmatizado y tiene una autorreferencialidad que celebra su propia búsqueda etérea  y surreal del infinito. Las imágenes  siguen un orden ascendente y descendente, a veces caóticas, que sugieren una dialéctica u osmosis ininterrumpida: elipsis de un vértigo que sólo corresponde a la órbita de lo no vivido  y lo imposible. Entre la corporalidad, que será el signo del fuego que calcina los últimos escombros referido a los ojos, manos, etc. (temporalidad), y el sueño (signo subyacente de la intemporalidad) hay un puente que comunica las pulsaciones  en un festín de luces y  sombras. Dice:



            “Una palabra

            una sola palabra

            que aflore del fuego más perfecto

            de los cuerpos sellados por el viento (…)

            Una palabra

            un puente que se enciende para siempre

            un solo soplo de alma

            y todo bajo el cielo estará dicho”.



Por eso el sentido del infinito y de claridad no se  halla en esta  aparente realidad, sino en los extramuros, en la otredad donde la lejanía se contempla con ojos acaecidos: “el mar nos presta su lengua”, dice el yo lírico al  reconocer que el silencio es la tortura  omnipresente. A través del signo agónico que está celebrando su ardor y su fiebre, el cuerpo se transmuta en una cadena de vibraciones hacia la fugacidad, y la proyección de una tentativa de muerte se desvanece. La evasión  se engendra en ese margen donde el yo lírico bordea el lenguaje, pero tiene la ligera conciencia de que su asimilación total es  inasible. Estas recurrencias se observan claramente cuando expresa:



Fuego de canto: alma

Canto de fuego: alma



 Su reconversión dialéctica es:



Alma del canto: fuego

Canto del alma: Fuego



Este  último poema es esencial y se constituye para nosotros en el eje del entendimiento del libro. Estas oposiciones no son gratuitas, al margen de su relación con lo cognitivo. Es idea antes que emotividad. El poemario para esto se carga de una serie de frases  cuyos lexemas principales refieren referentes concretos o abstracciones ideales. Por ejemplo “Y esa palabra/fósforo de tiempo”. Es una metáfora que se puede entender como destrucción del   tiempo.  De igual forma ejemplos que sustentan esta comunicabilidad entre estas oposiciones son las siguientes frases:



.La lámpara de tu ausencia

.Flor de ensueño

.Jardín de encuentros



El poemario está saturado de este tipo de enunciados que concurren a crear esa sensación de luz y de sombra, de vértigo continuo que no muere. Las palabras lámpara, flor, jardín (referentes del lado de la corporalidad y materialidad) son parte de la calcinación que también involucra al cuerpo, mientras que sus adjetivaciones a través de enlaces como ausencia, ensueño, encuentros, está comunicándose con el margen de intemporalidad: Allí la conexión subconsciente con el  territorio de lo emotivo.



¿Sólo las palabras son los componentes emulsionadores de una suerte de esperanza y de puente salvable entre ese fulgor-muerte y la otredad  que es sueño- evasión?  En un primer momento todo concurre  a acelerar este proceso, sin embargo, luego hallaremos  que al final del poemario, cuando el yo lírico siente que su recorrido hacia el abismo y la fogata  es ineluctable surge la luz transfigurada  de un amor  que destruye los márgenes: edifica una nueva ventana:



“Más allá del latido y la palabra

tu amor que danza en fuego

y deshace las aspas de la muerte

Más allá de tu fiebre y mi delirio

Tu amor que alumbra el agua sin final…”





 Esto es una referencia intensa, pero no revela un suficiente fulgor para la  definición total. Siempre el FUEGO  y la fiebre serán una constante celebración  que reconoce la fugacidad como ajena a la experimentación feliz: la soledad y el desierto de la sombra  y la luz  se mezclan con ella: simbiosis de muerte y vida, donde sólo la palabra es el  dios fueguino  del mundo borgiano.



Corolario: La palabra aúlla lastimeramente  en su camina viviente a la perfección






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