EL VUELO DE LA MOSCA : NOSTALGIA DE UN
PUERTO GRIS
El primer acercamiento a la poesía
de César Quispe, en el Vuelo de la Mosca (Ornitorrinquito
ediciones, 2007) significa bucear en el territorio de la nostalgia, en el
silencio que otorgan las palabras hervidas en el sufrimiento para luego ser
cinceladas en versos que saben a brisa, a sal, a destierro.
Son 15 poemas trabajados con el
ritmo sostenido de frases que agrupan versos encabalgados por el sonido interior, coloquiales, cuya referencia
al individualismo se explora necesariamente con su correspondiente contexto.
Quispe en este primer libro explora con relativa calidad en espacios comunes a su
historia y presenta la cotidianidad de un puerto –referencia semiológica a
Chimbote- caótico, fragmentado. Su poeticidad surge desde el instante en que el
poeta bucea en su tierra y en su
historia y desde ese margen va desenterrando imágenes perdidas, construyendo universos apagados, invocando
voces que han sido diluidas por el tiempo y la memoria.
La irradiación nostálgica en el Vuelo
de la Mosca surge desde el primer poema Puerto (no es gratuito que aparezca 22 veces
en el libro). La referencia inmediata con Chimbote aparece marcada por la
construcción de imágenes que actualizan el caos, la pérdida irreparable de la
esencia de una ciudad fantasmagórica. Las frases recurrentes son similares a
“Puerto sin destino”, “yo nunca pedí venir a este puerto”. El aliento destructivo
que emiten los poemas de este corte, como Que importan mis cabellos viejos, Como no
entenderte, No tengo flores, no tengo rosas, es similar a los registros de
Juan Ojeda. Es decir, imágenes poéticas que recuperan la esencia de una ciudad
derruida por el olvido: metáforas que aparecen como vientos del desierto:
barren el polvo, la esperanza. A las calles
nadie los transita; a los barcos solitarios, nadie los navega. Alguien se llevó
los sueños inconclusos. Los corazones parecen vacíos y los ojos llenos de furor
y de rabia.
Ante este marco surge la voz del yo lírico que ansía la destrucción del
caos y la vuelta al equilibro metafísico
del pasado: la historia virgen, el eterno retorno a la infancia: un
ansias furibundo por vaciar la memoria. El poeta entonces aviva una ligera connotación política
y blande la palabra guerra (aparece 23 veces) y con el corazón hinchado de
humanidad se muestra rebelde. La perplejidad dialéctica se sumerge desde todos
los signos posibles que connoten simbolismos.
Dice “Hay una guerra / entre la chalina y mi garganta, / entre el vaso y mis
labios,/ entre el puerto y las fábricas,/ entre mi perro y su soga.”
Otra característica en el libro –sin
necesariamente aparecer en el orden lógico como se está mostrando- es el claro
sentimiento de evasión que se lee entre líneas. Dice “Quiero correr / pegarme a tu lado, /alistarme en la guerra,
/levantar mi palabra” (De cáñamo y brea).
El poeta al sentir
la maquinaria de la rutina y la podredumbre que representa ese gato viejo que ronda los
techos, caminando sobre escombros, sobre esteras alimenta la fuerza de una realidad
devastada. Aquí hay una recurrencia a la creación de imágenes cuya construcción
son homogéneas: peine desolado, camisa desteñida, zapato agujereado, sandalia
olvidada, cuchara de palo, viejo zapato, etc. La marginalidad se mezcla con la evidencia
de algo que no anda bien. Entonces el amor, la búsqueda de algún cielo normando
o vikingo precipitan la caída de nuevo a la memoria. La flor asume un rol
semiótico al ser oposición entre el caos y la barbarie. La flor y la poesía aparecen como anuncios de nuevos
soles y nuevas auroras. En esa búsqueda de la esencia el yo lírico es una
especie de filósofo que deambula por las
calles sucias del puerto. Estas referencias contextuales –nótese el
coloquialismo y la mención a figuras
históricas como el Loco Moncada, el chileno Lynch, nombres autobiográficos,
etc- participan de esa poeticidad.
El Vuelo
de la Mosca es la síntesis de una vida contemplativa de la
cotidianidad: poemario rasgado por el sentimiento de la tierra y el retorno de
las fuentes de la memoria. En su lectura uno
hallará que las palabras han sido
expuestas al viento y la brisa de un
puerto quebrado.
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