CUANDO LA POESÍA ES UN PÁJARO DE
FUEGO O UN SIGNO DE ESTA LEJANÍA
Por
Ítalo Morales
El amor no es construcción de lo real es también sublime acto de dioses
enfermos que no cesan de soñarnos. Amor y poesía son carne y espíritu que se obligan,
se aparean en los desiertos y en los bosques más infames. Por eso sus frutos,
más allá del delirio, son engendros parecidos a un eclipse o a una gran batalla ocurrida en la médula.
Esta ligera introducción no es
gratuita si se la concibe como una de
las formas en que Jorge Castillo Fan construye su poemario “Canción Triste de cualquier hombre”. De un estilo adiestrado en la
metáfora relampagueante, este nuevo trabajo es una síntesis de las vibraciones
o las resonancias que nos deja el fuego y las cenizas del amor. Todo el canto
es una continua representación de dos planos que se oponen en una semiosis
infinita: PRESENCIA y AUSENCIA: vértigo y lucidez, luz y sombra.
Todas las palabras se envuelven de la misma significancia, se aparean consigo
mismas y generan una referencia que no designa lo real, sino que rescatan las imágenes que ellas dejan en los espejos vacíos.
Luego son expulsadas al universo. Allí vegetan en su órbita de silencio
PRESENCIA: en el
aquí es donde se sitúa el yo lírico después de la digestión convulsa de una
referencia amatoria. Desde esta puerta abre sus fauces y se manifiesta al mundo
con todos sus elementos sígnicos: es la certeza después de la tormenta: “sólo quedan estos ojos “, “pecho en polvo
“, dolor humeante”, “Tu cuerpo como piano muerto”, “(mi cuerpo era)”, etc.
Sobre esta impronta donde recorre lo temporal, donde la materialidad significa
la finitud que desgasta, genera su opuesto en la AUSENCIA: resultado de la catarsis del fuego irascible que no cesa de calcinar. Tenemos:
“Mi cuerpo era una voz
cuyos jardines
manaban miel de encuentro
El tuyo era silencio cuyas dunas
Blandían hiel de ausencia
(Jamás podíamos ser)
Es significativo, al igual que el anterior poemario Lámpara de Fiebre, que los sintagmas estén
reflejando siempre esta dualidad de presencia y ausencia al mismo tiempo: Miel de encuentro o hiel de ausencia, por ejemplo. Estas oposiciones son constantes
cargas afectivas que postulan un triple significado y que a su vez es un
proceso: ausencia-presencia-ausencia. El yo lírico en ciertos momentos está
culpando al tú destinador de la ruptura de un orden, donde en esa PRESENCIA (acaso el instante) parece
existir la ensoñación: “ha tomado el
desierto/ y no este jardín sincero/ que mis manos crearon para ti”.
Para esto concurre, repito, un
estilo que se apropia de elementos
concretos de la naturaleza, los que son relacionados con nombres o adjetivos que denotan
inmaterialidad. Por ejemplo “herencia de
lluvia, destino de ojos imposibles, jardín de sueños, rayo de silencio, blanco
de tus sueños, espejo de tu pecho”. Nótese que todas estas figuras tienen
parecida resonancia y que a la postre son los generadores de una estructura semántica
que contribuye a generar la oposición reiterativa de ausencia y presencia, de
luz y sombra, de sueño y vigilia. Imágenes persistentes que a veces saturan el ritmo trabajo en la ruptura.
Cuando el tú destinador se convierte en una metáfora de la lejanía y de
la huella fatal quedan poemas de corte onírico, de fuerza irracional muy notoria
como en el siguiente:
Toda sed vagas por las dunas
(Un oasis abre el corazón sobre tus huellas)
Aquí hay un espejismo creado por tu lengua
En espejos de arena termina el agua trunca
Volverás enloquecida al agua franca
(Y este oasis tal vez ya sea otro espejismo).
Más allá de las coordenadas que las asemejan a la poesía Octavio Paz
–en la contemplación dialéctica de la realidad—el poema presentado resalta por su equilibrio y por
la impronta de fatalidad. Oasis signo representativo del yo
lírico, rechaza desde el presente-espejismo el recorrido del ser amado que pretende
el regreso agónico. Ambos terminarán fundidos en su propia contradicción: sus
huellas serán sólo los espejismos que las palabras reflejarán como entidades.
A lo largo del poemario pesa más la AUSENCIA, la misma que a la
postre será una referencia de la finitudes del espíritu: “No llueve:/ soy yo”. Hasta aquí el discurso culmina con una huella
que alimenta la nostalgia y la decrepitud. Luego en la parte final presenta tres poemas en prosa que siguiendo la misma
línea de la surrealidad, descubre el tiempo a través de un crisol definido de
silencios y rumores, de alas que parecen sobrevolar alrededor de las palabras; son
construcciones cargadas de una misma semiosis: la opacidad de los colores, la
recurrencia a lo anímico como excusa.
De este modo Canción Triste de
cualquier hombre es un himno de la extraterritorialidad. El poeta canta
desde el sueño hacia lo real, traza paralelas con palabras que son incesantes
y refulgentes antorchas. Todos sus
versos acusan el mismo ritmo, se quiebran en cada instante producto de un
lirismo que no mira sobre las cosas, sino que las despierta con un toque mágico
y demoledor. Da vida a lo oscuro y anuncia la calcinación de lo acaecido.
Alguien llora: es señal de que
estamos lejos.
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