martes, 11 de diciembre de 2012


El maquillador de muertos

 

 

Había aprendido su oficio en las largas faenas que tuvo con su padre: un viejo taxidermista que acostumbraba cambiar las córneas de los cadáveres. A los diez años sabía que abrir el estómago a un hombre era tan común como disecar un gato o calcinar una cucaracha. Se hizo amante de los cuerpos fríos y de los silencios que emitían los seres inertes. Nunca pronunció un quejido de espanto cuando trasnochaba, solitario, en medio de decenas de muertos a sus costados. Aprendió a comunicarse con ellos al igual que un jardinero lo hacía con las flores; les hablaba despacio, les reñía por la tosca apariencia, qué cara tienes, y por sus raras formas de abrir los ojos más de la cuenta. Cuando los hallaba rasgados por la barriga o con el cráneo agujereado les daba un sermón sobre la prudencia que requería la vida nocturna en la ciudad, blancos fáciles de nómades y de vagabundos, hijos de la nada, a ella han de volver. Sabía que los muertos en el fondo lloraban en silencio, que ocultaban un lenguaje imposible que él quería descifrar. Los veía con los labios pegados y los brazos rígidos, lívidos, sobre cuya piel grababa un  grafiti. Aprendió que quererlos, a comprender su eterna mortandad.

 

 

Una noche, cuando  había trabajado más de la cuenta, le trajeron un cadáver con signos de haber caído a un abismo. Sospechó del carácter suicida del sujeto: algo de su presencia intolerable le parecía un déjà vu. Le interrogó sobre su historia, sus modales rudos en la  mesa y le prometió dejarlo como si estuviera en el día más festivo de su vida. No le importaba si habría respuesta, prefería el silencio a tener que contradecir una idea. Le tocó la frente como si fuera un niño, Borraré tus ojeras y tus malas noches, mientras a sus costados las bombillas de luz lo martirizaban, insectos, luciérnagas sin luz.

 

 

Lentamente cogió una ampolleta  y presionó sus labios para inyectarle un líquido semejante al colágeno. Quiso que sus labios fueran grandes, vivos, como antes lo habían sido. Extrajo de la repisa una botella de alcohol y lo humedeció  con un trapo, huele a bar, a indecencia;  luego removió su piel, de a pocos, con leves masajes a la altura del mentón: zona hueca y sangrante que evidenciaba el signo de una batalla. Enseguida diseminó unos polvos naranjas sobre la piel cruda y amarilla. Sabía que de alguna forma el muerto había sido un hombre curtido de vanidad. Lo sospechó por sus tatuajes de seres mitológicos que llevaba en el pecho: un Centauro verde batallando contra Pegaso.  Asimiló su semblante parecido a un poeta subterráneo, cuyo nombre le era volátil. Pensó, (imaginó) en las decenas de veces que el hombre había visto los ojos de una mujer hermosa, conjeturó sus palabras, el te amo dulce y la voz quebrada, imaginó el rechazo, la fuga nociva de la mujer hacia un lugar imposible de alcanzar. Lo vio extraviado, sucio, en las calles grises, bajo los puentes sensibles, nunca debiste amarla más de la cuenta,  surcando un río que le llevara hacia el mar.

No quiso seguir dejándose avasallar por la  locura y el fácil retorno a la ficción y volvió a la tarea. Dejó que sus manos vayan dejando sobre el rostro el gesto vivo de un animal recién nacido. Sintió el amasijo de una cara que se van creando de la nada como si estuviera diseñando un hombre nuevo, con el corazón antiguo. El tiempo le pareció ordinario, el amor ha sido tu asesino, murmuró con el alma en vilo. Luego de media hora vio que la piel iba dejando la palidez para ir ganando un color rojizo. Se alegró y pensó que quizás en el fondo estaba jugando a ser Dios. Le dio a su frente el brillo natural  que brota de la piel sucia, sin lavar. No quería que el muerto se viera como si estuviera  expuesto para ser fotografiado para la eternidad, sino que tuviera la fácil naturalidad de un día cualquiera: encontrarse igual en el espejo en la mañana.

 

Finalmente cuando vio que su trabajo estaba listo se inclinó un poco, retrocedió y desde cierta distancia susurró, Levántate, Lázaro, con lastima como si algo se le hubiera quebrado en el interior. Cuando recordó que había dicho la misma frase de otras veces se sentó, encendió un cigarro y se puso a llorar, levántate. Dentro sí ardía una palabra,  Lázaro, la única que le salía de la boca.

LA ESTEPA CALCINADA: UNA LECTURA DEL SENTIDO MÍSTICO Y SOCIAL

 

                                                                                               Por  Italo Morales.(*)

 

 

            LA ESTEPA CALCINADA  de Feliciano Padilla reúne nueve cuentos construidos sobre un espacio homogéneo: Puno. Son relatos atravesados por  la prolongación del telurismo: el binomio hombre-naturaleza y por la certidumbre de un humanismo rebosante.  Se aleja  ideológicamente del neoindigenismo y se centra más bien en un mundo diferente: un territorio místico, de reflexión étnica e intercultural, cuyos personajes-enigmas dejan margen para la denuncia social y política.

 

           

LA EVASIÓN

 

 

Lo místico es extender comunicación con la naturaleza y con uno mismo, es sustraerse y vislumbrar la luz que habita en la otredad: es evasión, es refugio ante lo prescindible. En algunos cuentos se percibe esta  postura, que no tiene nada de orientalista ni de actitud maniquea, sino que es una respuesta ante lo real. En EL PAÍS DE LOS URUS, por ejemplo, el personaje-narrador tiene un encuentro místico con un sabio de rasgos fantasmales: un viejo aimara descendiente de los Urus. La idea del eterno retorno, la vuelta a la Utopía se  condiciona necesariamente con un presente caótico que conduce a la imprescindible comparación nostálgica de lo acaecido: “Todo acabó para aquella raza de superhombres” (p.6). Dentro de esta idea la evasión es postura metafísica, que  no sólo implica recuperación del pasado, sino que lleva una fuente mesiánica poderosa: lo inverso, es decir el pasado debe alterar el presente para que el bien resurja: “esa raza volverá (...)que esa raza retorne para salvar  el mundo” (p.7). En ese país de los Urus está el maná, la energía desde donde se nutre el presente inexplorado.

 

Este tipo de comunicación con la naturaleza y con sus voces  percibidas desde otro ángulo no inmediato, se aprecia en el cuento ATRAPADO ENTRE LA SOLEDAD Y EL LAGO. Aquí, un pescador, antes de  regresar a su hogar queda arrobado por un redescubrimiento del Lago Titicaca, con su paisaje poético y con la imagen espectral de una mujer-enigma. Todo esto le arrastra hacia una evasión  carente del rigor metafísico, sino más bien se emparenta con la sabiduría  que encierra la naturaleza. Cuando el personaje llega a su hogar se enfrenta con el pragmatismo del mundo vertiginoso. Esta dicotomía naturaleza-ciudad es equivalente a felicidad-infelicidad, según la atmósfera y la postura que pretende mostrar el autor. Por eso la materialidad se opone a la irrealidad que significa una suerte de refugio: “El puerto es el mismo infierno” (p.9). Lo opuesto sería: la naturaleza es el cielo.

 

 

La evasión   a veces se estrecha con el deseo de la recuperación histórica, como en EL PAÍS DE LOS URUS   o con  la invocación a la fuente divina para el alivio de los males terrestres como en SONATA DE LOS CAMINOS OPUESTOS. En este último cuento, Manuel después de huir de  la comunidad de Khero, perseguido por sus verdugos, vislumbra el amparo remoto de su elemento totémico: el sol. Es que: “El  sol lo era todo para él. Lo había sido desde sus antepasados: dios del universo...” (p.42). Pero como el devenir histórico es dialéctico (desde la racionalidad occidental), la circularidad  aimara o quechua no se completa y la recuperación del pasado se vuelve fantástica y el final tiende a ser trágico. Todos los cuentos acusan este tono. Esto lo entiende también uno de los personajes en el cuento CALÍGINE  cuando le dice a otro: “Te empeñas vanamente en volver hacia atrás” (p.11). No hay  escapatoria; no hay refugio en la contemplación y en el asombro. La realidad lo disuelve todo: la trama se nubla con  un destino que sobrepasa el límite de los personajes. De esta manera la evasión afirma cierta aura mística en estos cuentos, pero no define necesariamente una línea clara sobre un pensamiento utópico. No existe peso ideológico que refuerce el sentido de los  temas.

 

 

PERSONAJES-ENIGMAS

 

 

En todos los cuentos, excepto en SONATA DE LOS CAMINOS OPUESTOS y EL CANTO DEL KILLINCHI GUERRERO,  existen personajes que asumen un rol paternal, irradiados de un mayor o menor grado de misticismo: una suerte de  fuente de sabiduría que ayuda al personaje central en su viaje hacia el conocimiento. Algunos de estos seres tienen el rasgo de lo enigmático: aparecen, se diluyen, quedan en la memoria frágil.

 

En  EL PAÍS DE LOS URUS, el personaje central al encontrarse con el sabio aimara, revela en él su  condición paternal: “Su semblante de filósofo aimara” (p.6). Éste lo sumerge en la historia de los Urus, lo abisma con su leyenda. Es una revelación casi de carácter religioso que, al final, el discípulo queda abrumado con la experiencia. Es un acercamiento místico con la historia, con sus raíces étnicas que, al revelárselas,  pretenden aleccionar el porvenir. En el desenlace uno asiste al carácter fantasmagórico del personaje-enigma que se disuelve en su espejismo.

 

 

Otro personaje con este carácter se encuentra en CALÍGINE. Aquí, un profeta de perfiles mesiánicos anuncia prontos cataclismos para la ciudad, y le revela al personaje-eje que pronto lo enterrarán. Éste,  incrédulo, se resiste a asumir esta idea. Pronto descubre que en verdad siempre había estado muerto. El profeta es un enigma desde la perspectiva del personaje central: es una suerte de Cristo en medio de  una atmósfera apocalíptica y destructiva.

 

En el cuento LA ESTEPA CALCINADA, la figura del viejo Melchor, se convierte en místico por su propia figura paterna: “El viejo era recio como una roca milenaria y eterno y sabio como el tiempo” (p. 15) No es necesariamente un Mesías, pero  su idiosincrasia le imprime  un sello caudillista, paternalista, más cerca de lo religioso que de lo político: “Tú eres viejo, como nuestro padre eres” (p. 16).Lo enigmático no es un desconocimiento per sé, sino una aprehensión no inmediata de lo sensible.

 

En PASAJERO DE TREN DE MEDIANOCHE, el personaje central, en pleno viaje de tren,   se encuentra con un extraño acompañante que resulta ser el Tiempo. Es el cuento más reflexivo de todos. La idea de la fugacidad de la vida explora niveles de angustia casi no percibidos en otros relatos, bajo estas líneas filosóficas. El personaje-enigma: el Tiempo, asume, por su propia condición, una postura divina: “Yo soy el que debe ser” (p.23). Este misticismo de correlato cristiano podría haber involucrado otra apertura del rasgo existencial de la conciencia, una especie de ser-para-sí, que hubiera dotado de mayor suficiencia al  cuento.

 

De igual forma  en LOS DISCÍPULOS DE ROBESPIERRE (de muchos matices políticos), el personaje-enigma es un poeta puneño, que advierte a un candidato municipal de  no efectuar su mitin en Laykakota: lugar donde se ritualiza la decapitación  al injusto. Es un personaje que sirve de puente comunicante: revela parte de la realidad, pero él mismo queda en la incertidumbre.

 

El último de estos personajes  está en el cuento MACHU SUNQASAPA.  Relata la historia de unos escoleros que le temen a un enmascarado (Papá Noel), que resulta ser el mismo profesor de la comunidad. Al principio el rasgo enigmático tiene un tono serio, pero luego asume un carácter festivo. La interculturalidad  de este cuento, tal vez no tenga el mismo rasgo místico de los otros relatos, pero contribuye  a dar relevancia  a la atmósfera general del libro.

 

 

RELEVANCIA SOCIAL

 

 

La denuncia social y el discurso indirectamente político no podían estar ausentes en estos cuentos cuyo escenario es Puno: mundo marginado y castigado por la naturaleza y  el olvido. Las sequías, las inundaciones, mezcladas con los abusos gamonalistas, permiten la introducción de personajes que hierven en venganzas y miedos. En EL CANTO DEL KILLINCHI GUERRERO, narra la historia de un dirigente  de la comunidad de Totorani que es castigado por defender su espacio civil de los abusos gamonalistas. La idea de la defensa de la territoraliedad indígena está presente: “Cooperativa hay que invadir” (p.26). Este dirigente, Lorenzo Calahuilli,  no puede contra ese designio  que rebasa su propia desgracia: entre los verdugos estaba también parte de su familia.

 

La tragicidad se anuncia con mayor nitidez en-según nuestro criterio- el mejor relato: SONATA DE LOS CAMINOS OPUESTOS. Manuel, el  indio perseguido por sus vengadores parece condenado por un destino superior. Lo horrendo se percibe al final,  cuando es enterrado vivo por su propio hijo. El aspecto político, aunque con menor nitidez, se aprecia en LOS DISCÍPULOS DE ROBESPIERRE. Aquí la ironía y el ingrediente digresivo resaltan más que  los ánimos electorales del candidato municipal.

 

 

 En  el cuento LA ESTEPA CALCINADA  existe una digresión  política que pretende explicar el proceso evolutivo de la comunidad. Es un espacio, que quizás no guarda relación con el tono del cuento, pero de alguna manera  lo complementa.

 

            REFERENCIAS FINALES


 

. En cuanto a la técnica y estructura de los relatos, éstos tiene un mismo planteamiento: a) iniciar con la acción, b) efectuar un flashback breve para explicar el pasado, c) reiniciar el tiempo y narración  iniciales. Algunas veces introduce digresiones de orden histórico y político para sintonizar con la temática. No obstante, a veces, estas digresiones no concuerdan con la línea seguida en la narración: obstruyen la intensidad. Por ejemplo en el relato LA ESTEPA CALCINADA, se dilata  la acciones con  una explicación social y política  de la comunidad, y, por el mismo efecto,  se desaparece al personaje-eje: Melchor, lo cual resta contundencia al  final.

 

.El aspecto social y político no es un elemento excluyente; se inserta en la vorágine del conflicto: tiene, en algunos cuentos, naturaleza no accesoria.

 

. En conclusión, el libro asume una postura de  reivindicación del pasado puneño: la historia aimara, el vínculo totémico, el acercamiento con la naturaleza que   engendra  al hombre y lo expulsa al cosmos.

 

 

IDENTIDAD Y   NUEVA AXIOLOGÍA EN  LA  CULTURA   CHIMBOTANA

 

                                                                                                          Por Ítalo Morales

 

Identidad: término clausurado por la polémica y extraviado por la realidad. Hablar de identidad y de cultura es centrar la vieja fórmula antinómica de  Realidad  vs. Imaginería. Cuando se pretende potencializar la cultura tomando  la función social del arte, se puede arribar a  construir teoremas desalentadores que conllevarían a quebrar tablas de valores preestablecidos. ¿Es posible establecer un criterio de identidad cultural de chimbote sólo partiendo de premisas edificantes de antaño, sin haber determinado que la  nueva realidad sobrepasa esta metáfora?

 

En todos los  círculos intelectuales se habla de que la identidad chimbotana está aún por afirmarse; que somos un pueblo cuya historia es milenaria. Esto es cierto. Sin embargo a veces dudo de que ella se pueda afirmar sólo manipulando esquemas intelectuales y artísticos (ensayos reivindicativos, literatura telúrica, pintura paisajista) para promover un valor deleznable y a veces irreal. ¿Acaso queremos seguir cogiéndonos de una brizna cuando el viento de la modernidad y la postmodernidad enseñan que los valores de identidad ya no pueden enjuiciarse con los esquemas etnoculturales  pasados?

 

Por eso creemos que hablar de identidad y sobre todo de identidad cultural de Chimbote merece más que un discurso lírico, una revisión y análisis de la  nueva realidad.

 

Ya hace algunas décadas la catarsis arguediana tratando de esbozar una razón a la sinrazón que era el Chimbote de ese entonces - pequeña Babilonia, gigante incertidumbre- escribió una novela inconclusa donde retrató un mundo ofuscado y gris. Desde entonces nuestra idiosincrasia cultural ha tenido el sabor de la incomprensión. Las nuevas generaciones ya no son el producto de la hibridez  sólo racial. Ahora se enfrentan a  paradigmas que las van educando fuera de la formalidad. Nada se ganará con tabúes y prohibiciones para desalentar   falsas alienaciones. ¿Cómo se puede alienar lo que no se ha autoafirmado? Entendamos el proceso. Es que la tecnología y los mass media  vienen reeducando mentalidades que sobrepasan nuestros  deseos. Por eso la identidad cultural de Chimbote no puede  afirmarse sólo con moralejas tradicionales, ya que ella es estática. La dinámica cultural nos enfrenta a nuevos retos. Educar para el futuro afirmando nuestra historia es lo ideal. Pero los modelos y los esquemas antiguos ya no sirven para ello. La idiosincrasia de un  pueblo oscila  con mayor velocidad en las últimas décadas. Por eso Chimbote y su cultura ahora se alimentan de esquemas artísticos postmodernos que socavan  las frágiles raíces culturales: los renuevan.

 

No se puede ir contra  el devenir de la historia. Hay que saber reconocer este vértigo para comprender que somos una ciudad  pluricultural: un crisol de voces y de sueños. El debate está abierto.