CELEBRACIÓN DEL EROS Y EL TÁNATOS EN INSTINTOZ DE JUAN LUCANO
Por Italo Morales.
El poemario Instintoz es la voz emergida de los
claustros de la desesperación del espíritu por desbordar, a nivel del lenguaje,
todas las pulsaciones perturbadoras que obligan al yo lírico a problematizar el sentido y
sinsentido del erotismo autodestructor.
Por eso el poemario
transgrede el límite de lo racional y aparece como un discurso esparcido de
metáforas surreales, de visiones oníricas y despabilantes que buscan un tipo de
celebración que trascienda lo puramente erótico para afirmar
una identidad que se enlaza con la vida y con la muerte.
Ya Freud había definido dos tipos de instintos
que preservan la continuidad de la especie: 1) El instinto del Yo, que se
refería al instinto de la destrucción y
la muerte y 2) el instinto sexual que se orienta a la conservación de la vida.
Es decir el Eros (sexualidad-vida) y
Tanatos (muerte) sujetan al individuo en esta dialéctica de caos y ruptura.
En un primer análisis
encontramos esta doble recurrencia freudiana en el poemario. Por ejemplo, en el
título, la letra Z de Instintoz sugiere lo último (el Omega),
la muerte. Esta manifestación se decanta en el poemario para elaborar un
discurso constantemente iluminado por el
erotismo. Sin embargo, no se trata de una formalización expresiva gratuita,
sino que tras los planos superficiales subyace una metáfora de la destrucción,
de la transgresión de los planos morales cuyo castigo recae sobre el
profanador. Por ejemplo en el poemario Ojos
Diablos, encontramos cierta intertextualidad con la simbología bíblica, al comparar
a la mujer con la serpiente del Edén. Dice: “Quiero
escapar raudo por los vericuetos de mi vergüenza pero / el colmillo traidor del
edén no me autoriza volverme para/ despertar del beneplácito de la visión
endemoniada”. Aquí el Eros surge como un feroz aletazo del instinto sexual inaplazable, y esta sed irracional conduce al
propio exterminio, ya que los ángeles
del subconsciente descienden para arruinar la celebración del clímax y proyectar
el Tánatos como símbolo del canibalismo:
“Mi carne la engullen con avidez”.
En todo el poemario
existe este tipo de unidad semiológica. Confluyen una cantidad de imágenes que
sugieren que la irracionalidad animal es el sedimento del instinto sexual: “el rinoceronte torso”, “el mono”, “las
barandas osos”, serpiente”, etc. Esta animalidad (instinto primario) permite catalizar lo erótico en la
manifestación del cuerpo como materia que debe ser satisfecha, y que por lo mismo actúa, al nivel del inconsciente, en su misma contradicción. El instinto de supervivencia se
encuentra con la lasitud y la desolación final del instinto de la muerte, el
cual pertenece al territorio de la conciencia, al Yo que lo determina.
El Tánatos, es decir la muerte, es por lo tanto el
instinto que subyace en la formalización de los enunciados y en el plano del contenido
profundo. En todos los poemas la
destrucción se enciende en el acto posterior al clímax, una suerte de frenesí que ahoga y
que perturba: “Cuando la tarde y la
mañana nos sorprenda en aquel exiguo diván donde los comensales y los peregrinos
adormitan/ sus cojines. Yo y tú le habremos puesto expuesto la sed de nuestra osamenta”. El signo del esqueleto
explora una dimensión siempre recurrida y siempre destructiva. Por eso mana la
idea que a nivel profundo, el poemario sugiere que el
Eros, en la misma celebración de la danza de los cuerpos, arrastrado por
su instinto de conservación y su sed de inmortalidad, se estrecha con el Tánatos:
invicto y atrayente. Dice, por ejemplo, en
Tus dos mundos: “Mi biotipo el alimento de aquella abierta
almeja que me mastica mutándome en las heces que atesoran los escudos del
ostracismo”. Esta imagen totaliza el postulado y lo convierte en una gran
metáfora de la voz lírica que busca su propio silencio, después de haber
buceado en las comarcas inevitables de la sensualidad, atraída por la vida y
por la muerte intuida.
Más allá de la
interpretación del contenido, Instintoz aporta
significativamente a la vanguardia de la
poesía chimbotana, no sólo en la continuidad de un estilo insular, ya previsto
en su anterior trabajo De Eres, sino
que permite avizorar una mejor muestra de
Lucano en este esplendor de la poesía
como autorreferencialidad y de relativo hermetismo.
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