lunes, 16 de abril de 2012


CELEBRACIÓN DEL EROS Y EL TÁNATOS EN INSTINTOZ DE JUAN LUCANO





                                                                                  Por  Italo Morales.





            El poemario Instintoz es la voz emergida de los claustros de la desesperación del espíritu por desbordar, a nivel del lenguaje, todas las pulsaciones perturbadoras que obligan al  yo lírico a problematizar el sentido y sinsentido del erotismo autodestructor.



            Por eso el poemario transgrede el límite de lo racional y aparece como un discurso esparcido de metáforas surreales, de visiones oníricas y despabilantes que buscan un tipo de celebración que   trascienda lo puramente erótico para afirmar una identidad que se enlaza con la vida y con la muerte.



            Ya  Freud había definido dos tipos de instintos que preservan la continuidad de la especie: 1) El instinto del Yo, que se refería  al instinto de la destrucción y la muerte y 2) el instinto sexual que se orienta a la conservación de la vida. Es decir el Eros  (sexualidad-vida) y Tanatos (muerte) sujetan al individuo en esta dialéctica de caos y ruptura.



            En un primer análisis encontramos esta doble recurrencia freudiana en el poemario. Por ejemplo, en el título, la letra Z de Instintoz sugiere lo último (el Omega), la muerte. Esta manifestación se decanta en el poemario para elaborar un discurso constantemente iluminado por  el erotismo. Sin embargo, no se trata de una formalización expresiva gratuita, sino que tras los planos superficiales subyace una metáfora de la destrucción, de la transgresión de los planos morales cuyo castigo recae sobre el profanador. Por ejemplo en el poemario Ojos Diablos, encontramos cierta intertextualidad con la simbología bíblica, al comparar a la mujer con la serpiente del Edén. Dice: “Quiero escapar raudo por los vericuetos de mi vergüenza pero / el colmillo traidor del edén no me autoriza volverme para/ despertar del beneplácito de la visión endemoniada”. Aquí el Eros surge  como un feroz aletazo del instinto sexual  inaplazable, y esta sed irracional conduce al propio exterminio, ya que los ángeles del subconsciente descienden para arruinar la celebración del clímax y proyectar el Tánatos como símbolo del  canibalismo: “Mi carne la engullen con avidez”.



            En todo el poemario existe este tipo de unidad semiológica. Confluyen una cantidad de imágenes que sugieren que la irracionalidad  animal  es el sedimento del instinto sexual: “el rinoceronte torso”, “el mono”, “las barandas osos”, serpiente”, etc. Esta animalidad (instinto primario)  permite catalizar lo erótico en la manifestación del cuerpo como materia que debe ser satisfecha,  y que por lo mismo actúa, al  nivel del inconsciente, en su misma  contradicción. El instinto de supervivencia se encuentra con la lasitud y la desolación final del instinto de la muerte, el cual pertenece al territorio de la conciencia, al Yo que lo determina.





            El Tánatos,  es decir la muerte, es por lo tanto el instinto que subyace en la formalización de los enunciados y en el plano del contenido profundo. En todos los poemas  la destrucción se enciende en el  acto  posterior  al clímax, una suerte de frenesí que ahoga y que perturba: “Cuando la tarde y la mañana nos sorprenda en aquel exiguo diván donde los comensales y los peregrinos adormitan/ sus cojines. Yo y tú le habremos puesto expuesto la sed de  nuestra osamenta”. El signo del esqueleto explora una dimensión siempre recurrida y siempre destructiva. Por eso mana la idea que a nivel profundo, el poemario  sugiere que el  Eros, en la misma celebración de la danza de los cuerpos, arrastrado por su instinto de conservación y su sed de inmortalidad, se estrecha con el Tánatos: invicto y atrayente. Dice, por ejemplo, en  Tus dos mundos: “Mi biotipo el alimento de aquella abierta almeja que me mastica mutándome en las heces que atesoran los escudos del ostracismo”. Esta imagen totaliza el postulado y lo convierte en una gran metáfora de la voz lírica que busca su propio silencio, después de haber buceado en las comarcas inevitables de la sensualidad, atraída por  la vida y  por la muerte intuida.





            Más allá de la interpretación del contenido, Instintoz aporta significativamente  a la vanguardia de la poesía chimbotana, no sólo en la continuidad de un estilo insular, ya previsto en su anterior trabajo De Eres, sino que permite avizorar una mejor  muestra de Lucano en  este esplendor de la poesía como autorreferencialidad y de relativo hermetismo.


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