martes, 17 de abril de 2012
lunes, 16 de abril de 2012
CUANDO LA POESÍA ES UN PÁJARO DE
FUEGO O UN SIGNO DE ESTA LEJANÍA
Por
Ítalo Morales
El amor no es construcción de lo real es también sublime acto de dioses
enfermos que no cesan de soñarnos. Amor y poesía son carne y espíritu que se obligan,
se aparean en los desiertos y en los bosques más infames. Por eso sus frutos,
más allá del delirio, son engendros parecidos a un eclipse o a una gran batalla ocurrida en la médula.
Esta ligera introducción no es
gratuita si se la concibe como una de
las formas en que Jorge Castillo Fan construye su poemario “Canción Triste de cualquier hombre”. De un estilo adiestrado en la
metáfora relampagueante, este nuevo trabajo es una síntesis de las vibraciones
o las resonancias que nos deja el fuego y las cenizas del amor. Todo el canto
es una continua representación de dos planos que se oponen en una semiosis
infinita: PRESENCIA y AUSENCIA: vértigo y lucidez, luz y sombra.
Todas las palabras se envuelven de la misma significancia, se aparean consigo
mismas y generan una referencia que no designa lo real, sino que rescatan las imágenes que ellas dejan en los espejos vacíos.
Luego son expulsadas al universo. Allí vegetan en su órbita de silencio
PRESENCIA: en el
aquí es donde se sitúa el yo lírico después de la digestión convulsa de una
referencia amatoria. Desde esta puerta abre sus fauces y se manifiesta al mundo
con todos sus elementos sígnicos: es la certeza después de la tormenta: “sólo quedan estos ojos “, “pecho en polvo
“, dolor humeante”, “Tu cuerpo como piano muerto”, “(mi cuerpo era)”, etc.
Sobre esta impronta donde recorre lo temporal, donde la materialidad significa
la finitud que desgasta, genera su opuesto en la AUSENCIA: resultado de la catarsis del fuego irascible que no cesa de calcinar. Tenemos:
“Mi cuerpo era una voz
cuyos jardines
manaban miel de encuentro
El tuyo era silencio cuyas dunas
Blandían hiel de ausencia
(Jamás podíamos ser)
Es significativo, al igual que el anterior poemario Lámpara de Fiebre, que los sintagmas estén
reflejando siempre esta dualidad de presencia y ausencia al mismo tiempo: Miel de encuentro o hiel de ausencia, por ejemplo. Estas oposiciones son constantes
cargas afectivas que postulan un triple significado y que a su vez es un
proceso: ausencia-presencia-ausencia. El yo lírico en ciertos momentos está
culpando al tú destinador de la ruptura de un orden, donde en esa PRESENCIA (acaso el instante) parece
existir la ensoñación: “ha tomado el
desierto/ y no este jardín sincero/ que mis manos crearon para ti”.
Para esto concurre, repito, un
estilo que se apropia de elementos
concretos de la naturaleza, los que son relacionados con nombres o adjetivos que denotan
inmaterialidad. Por ejemplo “herencia de
lluvia, destino de ojos imposibles, jardín de sueños, rayo de silencio, blanco
de tus sueños, espejo de tu pecho”. Nótese que todas estas figuras tienen
parecida resonancia y que a la postre son los generadores de una estructura semántica
que contribuye a generar la oposición reiterativa de ausencia y presencia, de
luz y sombra, de sueño y vigilia. Imágenes persistentes que a veces saturan el ritmo trabajo en la ruptura.
Cuando el tú destinador se convierte en una metáfora de la lejanía y de
la huella fatal quedan poemas de corte onírico, de fuerza irracional muy notoria
como en el siguiente:
Toda sed vagas por las dunas
(Un oasis abre el corazón sobre tus huellas)
Aquí hay un espejismo creado por tu lengua
En espejos de arena termina el agua trunca
Volverás enloquecida al agua franca
(Y este oasis tal vez ya sea otro espejismo).
Más allá de las coordenadas que las asemejan a la poesía Octavio Paz
–en la contemplación dialéctica de la realidad—el poema presentado resalta por su equilibrio y por
la impronta de fatalidad. Oasis signo representativo del yo
lírico, rechaza desde el presente-espejismo el recorrido del ser amado que pretende
el regreso agónico. Ambos terminarán fundidos en su propia contradicción: sus
huellas serán sólo los espejismos que las palabras reflejarán como entidades.
A lo largo del poemario pesa más la AUSENCIA, la misma que a la
postre será una referencia de la finitudes del espíritu: “No llueve:/ soy yo”. Hasta aquí el discurso culmina con una huella
que alimenta la nostalgia y la decrepitud. Luego en la parte final presenta tres poemas en prosa que siguiendo la misma
línea de la surrealidad, descubre el tiempo a través de un crisol definido de
silencios y rumores, de alas que parecen sobrevolar alrededor de las palabras; son
construcciones cargadas de una misma semiosis: la opacidad de los colores, la
recurrencia a lo anímico como excusa.
De este modo Canción Triste de
cualquier hombre es un himno de la extraterritorialidad. El poeta canta
desde el sueño hacia lo real, traza paralelas con palabras que son incesantes
y refulgentes antorchas. Todos sus
versos acusan el mismo ritmo, se quiebran en cada instante producto de un
lirismo que no mira sobre las cosas, sino que las despierta con un toque mágico
y demoledor. Da vida a lo oscuro y anuncia la calcinación de lo acaecido.
Alguien llora: es señal de que
estamos lejos.
SIGNOS DE LUCES Y SOMBRAS:
TERRITORIO PROHIBIDO PARA LOS LÍMITES.
Por
Ítalo Morales
¿Alguna vez han escuchado el grito lastimero que emiten las palabras al
contacto con el fuego? ¿Han sentido que
lo real se puede convertir en la suma
de sueños postergados? Responder a estas preguntas es oficio de
poetas que bordean los abismos, que se
cogen de las palabras para no caer o
para no sentir la caída inadvertida. Sentir la ebullición de los sueños más
allá de la vigilia es acceder al reino de lo surreal: es penetrar en las comarcas de
Jorge Castillo Fan.
Su poemario Lámpara de Fiebre
se constituye en un avasallante fulgor de signos que sugieren a un primer nivel
una cascada de imágenes que transitan
entre la frágil contemplación de lo real y la marejada onírica. Mantiene una
profunda autorreferencialidad con el lenguaje, el mismo que por su propia
dinámica se torna en medio y en objeto al mismo tiempo. En un nivel más
profundo-revelación de los elementos que
motivan y generan los significados subconscientes- encontramos una serie de
oposiciones sígnicas, que trataremos de explicar por su gran referencialidad.
Para comprender el texto completo
partimos de una semiología evidente que atraviesa el poema y que se traduce
en dos términos que subrayo: FUEGO y
SUEÑO. Veremos que FUEGO se refiere, en su connotación clasemática, a la corporalidad, temporalidad y límite,
mientras que SUEÑO referirá una serie de categorías como
fugacidad, evasión, intemporalidad. A esto se unen otros elementos como alma, lluvia, ojos,
cuerpo, alas, viento, etc y que como bien explica la prologuista Pilar
García Huerta, éstos se comunican entre
sí porque en todos ellos coexiste lo hallado y lo perdido simultáneamente. Los
poemas están atravesados por imágenes y
conceptos que se entrechocan como si fueran tierra y cielo, referente y
conciencia: luminarias de un todo que no cesa.
A partir de la corporalidad, que
es parte del FUEGO, el yo lírico
empieza su danza metafísica de búsqueda y desvelo: porque lo real es horrenda
como fábula, como diría Juan Ojeda. Las primeras luces lo ofrecen los versos
que irán asimilando la dialéctica y ebullición
de lo irracional: delirio luego
existo es el primer concepto anticartesiano que extiende su nube de opacidad. A partir de este instante el discurso es una continua
serie de oposiciones entre el FUEGO que anuncia la corporalidad y el SUEÑO (delirio) que refiere la
evasión. Muchas palabra y frases sintagmáticas están refiriendo de
una manera tenaz este perpetuo acto calcinatorio: flor de fiebre, alas que crepitan, crepitar que se ala, lámpara del
insomnio, etc. Por otro lado el SUEÑO cuya significancia a nivel profundo nos
refiere la idea de lo eterno o
intemporalidad, se opone a la noción del
FUEGO (corporalidad).
¿Cómo se explica esta noción opositiva y qué relación existe entre las
palabras que designan un mundo des-realizado y el yo lírico? Creemos que el yo
lírico se regodea en una subjetividad que elimina toda referencia a lo externo,
tomado éste en función pragmática. El lenguaje está absolutamente despragmatizado
y tiene una autorreferencialidad que celebra su propia búsqueda etérea y surreal del infinito. Las imágenes siguen un orden ascendente y descendente, a
veces caóticas, que sugieren una dialéctica u osmosis ininterrumpida: elipsis
de un vértigo que sólo corresponde a la órbita de lo no vivido y lo imposible. Entre la corporalidad, que
será el signo del fuego que calcina los últimos escombros referido a los ojos,
manos, etc. (temporalidad), y el sueño (signo subyacente de la intemporalidad) hay
un puente que comunica las pulsaciones en un festín de luces y sombras. Dice:
“Una palabra
una sola palabra
que aflore del fuego
más perfecto
de los cuerpos
sellados por el viento (…)
Una palabra
un puente que se
enciende para siempre
un solo soplo de alma
y todo bajo el cielo
estará dicho”.
Por eso el sentido del infinito y de claridad no se halla en esta aparente realidad, sino en los extramuros, en
la otredad donde la lejanía se contempla con ojos acaecidos: “el mar nos presta su lengua”, dice el yo lírico al reconocer que el silencio es la tortura omnipresente. A través del signo agónico que
está celebrando su ardor y su fiebre, el cuerpo se transmuta en una cadena de
vibraciones hacia la fugacidad, y la proyección de una tentativa de muerte se
desvanece. La evasión se engendra en ese
margen donde el yo lírico bordea el lenguaje, pero tiene la ligera conciencia
de que su asimilación total es inasible.
Estas recurrencias se observan claramente cuando expresa:
Fuego de canto: alma
Canto de fuego: alma
Su reconversión dialéctica es:
Alma del canto: fuego
Canto del alma: Fuego
Este último poema es esencial y
se constituye para nosotros en el eje del entendimiento del libro. Estas
oposiciones no son gratuitas, al margen de su relación con lo cognitivo. Es
idea antes que emotividad. El poemario para esto se carga de una serie de
frases cuyos lexemas principales
refieren referentes concretos o abstracciones ideales. Por ejemplo “Y esa palabra/fósforo de tiempo”. Es
una metáfora que se puede entender como destrucción del tiempo.
De igual forma ejemplos que sustentan esta comunicabilidad entre estas oposiciones
son las siguientes frases:
.La lámpara de tu ausencia
.Flor de ensueño
.Jardín de encuentros
El poemario está saturado de este tipo de enunciados que concurren a
crear esa sensación de luz y de sombra, de vértigo continuo que no muere. Las
palabras lámpara, flor, jardín
(referentes del lado de la corporalidad y materialidad) son parte de la
calcinación que también involucra al cuerpo, mientras que sus adjetivaciones a
través de enlaces como ausencia, ensueño,
encuentros, está comunicándose con el margen de intemporalidad: Allí la
conexión subconsciente con el territorio
de lo emotivo.
¿Sólo las palabras son los componentes emulsionadores de una suerte de
esperanza y de puente salvable entre ese fulgor-muerte y la otredad que es sueño- evasión? En un primer momento todo concurre a acelerar este proceso, sin embargo, luego
hallaremos que al final del poemario,
cuando el yo lírico siente que su recorrido hacia el abismo y la fogata es ineluctable surge la luz transfigurada de un amor que destruye los márgenes: edifica una nueva
ventana:
“Más allá del latido y la palabra
tu amor que danza en fuego
y deshace las aspas de la muerte
Más allá de tu fiebre y mi delirio
Tu amor que alumbra el agua sin final…”
Esto es una referencia intensa,
pero no revela un suficiente fulgor para la definición total. Siempre el FUEGO y la fiebre serán una constante celebración que reconoce la fugacidad como ajena a la
experimentación feliz: la soledad y el desierto de la sombra y la luz
se mezclan con ella: simbiosis de muerte y vida, donde sólo la palabra
es el dios fueguino del mundo borgiano.
Corolario: La palabra aúlla lastimeramente en su camina viviente a la perfección
EL VUELO DE LA MOSCA : NOSTALGIA DE UN
PUERTO GRIS
El primer acercamiento a la poesía
de César Quispe, en el Vuelo de la Mosca (Ornitorrinquito
ediciones, 2007) significa bucear en el territorio de la nostalgia, en el
silencio que otorgan las palabras hervidas en el sufrimiento para luego ser
cinceladas en versos que saben a brisa, a sal, a destierro.
Son 15 poemas trabajados con el
ritmo sostenido de frases que agrupan versos encabalgados por el sonido interior, coloquiales, cuya referencia
al individualismo se explora necesariamente con su correspondiente contexto.
Quispe en este primer libro explora con relativa calidad en espacios comunes a su
historia y presenta la cotidianidad de un puerto –referencia semiológica a
Chimbote- caótico, fragmentado. Su poeticidad surge desde el instante en que el
poeta bucea en su tierra y en su
historia y desde ese margen va desenterrando imágenes perdidas, construyendo universos apagados, invocando
voces que han sido diluidas por el tiempo y la memoria.
La irradiación nostálgica en el Vuelo
de la Mosca surge desde el primer poema Puerto (no es gratuito que aparezca 22 veces
en el libro). La referencia inmediata con Chimbote aparece marcada por la
construcción de imágenes que actualizan el caos, la pérdida irreparable de la
esencia de una ciudad fantasmagórica. Las frases recurrentes son similares a
“Puerto sin destino”, “yo nunca pedí venir a este puerto”. El aliento destructivo
que emiten los poemas de este corte, como Que importan mis cabellos viejos, Como no
entenderte, No tengo flores, no tengo rosas, es similar a los registros de
Juan Ojeda. Es decir, imágenes poéticas que recuperan la esencia de una ciudad
derruida por el olvido: metáforas que aparecen como vientos del desierto:
barren el polvo, la esperanza. A las calles
nadie los transita; a los barcos solitarios, nadie los navega. Alguien se llevó
los sueños inconclusos. Los corazones parecen vacíos y los ojos llenos de furor
y de rabia.
Ante este marco surge la voz del yo lírico que ansía la destrucción del
caos y la vuelta al equilibro metafísico
del pasado: la historia virgen, el eterno retorno a la infancia: un
ansias furibundo por vaciar la memoria. El poeta entonces aviva una ligera connotación política
y blande la palabra guerra (aparece 23 veces) y con el corazón hinchado de
humanidad se muestra rebelde. La perplejidad dialéctica se sumerge desde todos
los signos posibles que connoten simbolismos.
Dice “Hay una guerra / entre la chalina y mi garganta, / entre el vaso y mis
labios,/ entre el puerto y las fábricas,/ entre mi perro y su soga.”
Otra característica en el libro –sin
necesariamente aparecer en el orden lógico como se está mostrando- es el claro
sentimiento de evasión que se lee entre líneas. Dice “Quiero correr / pegarme a tu lado, /alistarme en la guerra,
/levantar mi palabra” (De cáñamo y brea).
El poeta al sentir
la maquinaria de la rutina y la podredumbre que representa ese gato viejo que ronda los
techos, caminando sobre escombros, sobre esteras alimenta la fuerza de una realidad
devastada. Aquí hay una recurrencia a la creación de imágenes cuya construcción
son homogéneas: peine desolado, camisa desteñida, zapato agujereado, sandalia
olvidada, cuchara de palo, viejo zapato, etc. La marginalidad se mezcla con la evidencia
de algo que no anda bien. Entonces el amor, la búsqueda de algún cielo normando
o vikingo precipitan la caída de nuevo a la memoria. La flor asume un rol
semiótico al ser oposición entre el caos y la barbarie. La flor y la poesía aparecen como anuncios de nuevos
soles y nuevas auroras. En esa búsqueda de la esencia el yo lírico es una
especie de filósofo que deambula por las
calles sucias del puerto. Estas referencias contextuales –nótese el
coloquialismo y la mención a figuras
históricas como el Loco Moncada, el chileno Lynch, nombres autobiográficos,
etc- participan de esa poeticidad.
El Vuelo
de la Mosca es la síntesis de una vida contemplativa de la
cotidianidad: poemario rasgado por el sentimiento de la tierra y el retorno de
las fuentes de la memoria. En su lectura uno
hallará que las palabras han sido
expuestas al viento y la brisa de un
puerto quebrado.
¿Por qué
leer a Mario Vargas Llosa?
Por Ítalo Morales
Hay que leerlo porque sus novelas
son construcciones parecidas a un edificio en Manhattan: elegantes y difíciles de imitar. Hay que leerlo porque
personajes, como Zavalita nos estrellan constantemente contra el muro de la
historia para darnos un sopapo y preguntarnos
constantemente como si fuéramos
alguien o nadie: ¿En qué momento se jodió el Perú? También porque La
Casa Verde no sólo es verde, sino que tiene los
diversos colores del país: matizados con el ruido y el lenguaje de un
prostíbulo edificado en la cima de un pueblo andino. Hay que leerlo porque el Poeta y el Jaguar de la Ciudad y
los Perros son actores de carne y letra
moldeados por una sintaxis que parece escaparse de las hojas. Leerlo porque la
tía Julia ha hecho del incesto una suerte de función de medianoche y porque el
mudo del rincón más olvidado quiere ser un hablador para retratarse en una
foto que diga Perú.
Hay que leerlo porque ha hecho de la historia un juego de locos,
donde el fanatismo de un Consejero
se semeja a la pesadilla de Abimael Guzmán: historia mesiánica de la
Guerra del Fin del Mundo, épica de la sinrazón y de la muerte. Leerlo para
escapar – quizás aleccionados-del círculo de la
calamidad que ha representado el terrorismo más salvaje en nuestra
historia, donde los Maytas recorren los
andes y la selva mientras su fusil apunta siempre a una estrella. También
leerlo para sembrarnos las ganas de incendiar los templos del fascismo:
dictaduras morbosas que oscilan entre la derecha y la izquierda del infierno.
Leerlo para cerrar los ojos e imaginar a Lucrecia, limpia, cortesana, infiel y
palpable; imaginarla desnuda sobre un
potro negro a la espera de un cazador de noches y de sueños. Sí, leerlo para volver a creer que
algunas niñas pueden ser malas por siempre y que todos podemos enamorarnos de
unos ojos y de una voz hasta que la
osamenta nos resista. Leerlo y releerlo, sin aspavientos y sin mesura, allá en
la guarida del lobo, iluminados por una antorcha, mientras nos dejamos seducir
por Flora Tristán y Paul Gauguin, quienes murieron en la búsqueda de una luz.
Abrir por enésima vez El Pez en el Agua
y sumergirse, ávido de anécdotas de vida y salir exhausto de campañas políticas
dolorosas y de traumas infantiles.
Finalmente, leerlo para
sentirse abrazado por millones de lectores que también aman el lenguaje y el
sueño irreparable de la historia. Abrir
la primera página y buscar un nombre
cualquiera, un rostro cualquiera. Sorprenderá la coincidencia
CUADERNO DE INTERROGANTES: DISCURSO EPIFÁNICO DEL DESENCANTO
Por Ítalo Morales
Después de leer Cuaderno de Interrogantes de Enrique Tamay se tiene la sensación de
haber sido testigo de una rara purificación de la palabra y del espíritu o de
haber bebido de aguas prohibidas, raramente profanadas, donde la poesía se
convierte en el espacio propicio de la duda y de la impronta fatal.
El libro se ofrece como un excelente discurso larvario
del desencanto y de la maravillosa sensación de ser o de no ser: oposiciones
anímicas que oscilan también entre vida/muerte, infinito/fugacidad,
evasión/encierro. Es un buceo en las comarcas siempre exploradas de la soledad
y el desamparo; lleno de imágenes
lumínicas y opacas, exultadas por ritmos indistintos, que parecen deslizarse en
una continua celebración del caos y la ruptura metafísica. Para esto el
poemario se expande en una serie de
enunciados o categorías ofrecidas en este tránsito: duda-interrogante-fatalismo.
Entendemos que el poema que apertura el libro es un grito
blasfemante, la duda metafísica —como dice Mario Bordón— sobre la condición
humana. El anafórico Acaso de los
versos iniciales interpelan desde el aquí
el sentido de la otredad, de las
emanaciones culturales, de la misma sumisión
al “miedo de ser/ o no ser. Un mono. / Un hombre.” (p.13). Luego el
poeta explora, no como categorías definibles u ontológicas, sino como recursos
emotivos, la existencia en plena danza. A través de versos adiestrados al ritmo
de la elipsis y la ruptura continua del verso largo, el yo lírico busca saciar
su sed primitiva de armonía, de quietud. En la contemplación de lo real, de la dispersión del caos y la incertidumbre encontramos reiteradas expresiones hacia el
tiempo, la nostalgia, Dios, la soledad, el amor y la tentativa de autodestrucción. En los poemas
de la primera parte, la continua mención a lexemas significativos como la
muerte, las sombras, el infinito, el cuarto, se ofrecen como cargas simbólicas
que buscan el asombro ante la fatalidad: “De
todo cuanto/ existe o no existe. Como caudaloso río que después de todo se
arrastra a su misma sepultura” (p.14), canta el final del poema 2. Otros
finales retienen la misma epifanía: “(sólo
soy un niño que de repente ha envejecido)”, “Sin más compañía que esta botella
desflorada”, “en plena víspera invadido por gusanos”, “sin más sombra que tus
harapos”, “Bebo la cólera de los siglos/ cuando ya amanece”.
La sed de recuperabilidad de lo que ha sido es
uno de los instrumentos que catalizan el desencanto, ofrecido a través de una desacralización continua de la
esperanza. De allí que el tiempo no sea una categoría cognitiva, sino un
intento emotivo de apertura de lo que no
es. Es la contemplación de lo imposible lo que lleva a expulsar el ruido
ontológico de la nostalgia, de allí que el poeta use el lexema infinito como un puente –esencia de la
comunicación con una eternidad que no es cristiana, sino evasiva. Existen tres
imágenes semejantes que alcanzan a definir esta sed de plenitud: “puerta abierta o cerrada al infinito”, “En
el infinito de los cielos sin alcanzarlo”, “El infinito a lo lejos nos divisa”
Esto no es casual, sino un signo que denota un afán de que el tiempo/fugacidad es
aplastante: “El tiempo/ se pierde/ en un
hoyo oscuro” (p.31). En este mismo espacio la idea de Dios se ofrece como
huérfana ante la ruda manera de poseer esta conciencia de ser: “(Eres) Nada más que un grito sin eco que se
estrella con la nada” (p.18). No es una recurrencia, pero sí es visto como
símbolo de triple pertenencia
Cristo-humanidad-sufrimiento. Los versos caen como gotas ácidas sobre la
sensibilidad, agravan la duda, exploran todos los rincones para dejar una orfandad sin respuestas. Ahora, en la leve
manera de evadirse de la ruptura y del caos, el yo lírico parece encontrar en
el amor cierta disolución de los miedos y las cadenas demenciales de lo real.
El amor es la epifanía fugaz donde se construye la impronta de lo feliz, sin
embargo, la certeza de que no hay infinito, el otro refugio del poeta es la
palabra emulsionadora, el retorno a los reinos de la poesía.
La parte II del poemario ofrece un acelerado
canto del destierro, como si esos versos-palabras que inundan las últimas
páginas quisieran absorber la fugacidad y darle al yo lírico una nueva
plenitud: “Para salvar mi cuerpo y alma
debo plantar una fogata” (13). Pero el abismo de hallarse en los límites de
la destrucción le lleva a disolver el
mundo con un telón-cruz donde la muerte cierra el intento de evadirse. Por eso,
el ultimo poema -un caligrama en forma de cruz- termina signando a la muerte
como el límite final: “Lugar
imaginario del cual por más que de
rodillas nos persignemos no podemos escondernos” (p.37).
Cuaderno
de Interrogantes es una gran resonancia lírica
que transita entre la vida y la muerte,
entre las eternas preguntas metafísicas y las dudas proclives al fatalismo. En
cada poema vibra un eco apagado que ahuyenta lo cognitivo, que induce a la emotividad.
Son versos clausurados en la forma, que se liberan sígnicamente
con la voz lastimera de su propia referencia, de su propia infinitud.
SOBRE
LA TUMBA DE LAS PALABRAS CANTARÁ EL POETA
Por
Ítalo Morales
¿Quién eres poeta que cantas lo que soñé en el desierto?
Hace muchos años Jean Paul Sartre se preguntaba de qué sirve la
literatura frente a un niño moribundo. Reformulo la inquietud e inquiero para qué sirve la poesía en medio de la miseria y el
destierro. Atrás quedaron los siglos donde el poeta era un semidiós, atrás los
tiempos donde el verso iba de la mano con el rito. Hoy el mundo digiere otros
residuos; se alimenta de signos gélidos,
más que de ternuras; de íconos, más que de silencios. El poema está condenado a
ser refugio.
La poesía no es el canto que celebrarán los gobernantes porque es
antirracional. Desde sus orígenes la poesía ya había sufrido sus primeros
golpes cuando los griegos empezaron sus
primeras divagaciones sobre ella.
Uno de los primeros que rechazó la poesía épica que cantaba Píndaro a las olimpíadas, fue
Anacreonte. De allí que sus poemas rechacen
las espadas ensangrentadas de Héctor o de Aquiles y celebren las ánforas
llenas de vino. Con él occidente conoció el motivo que invita a vivir el
presente y que, más que pensar en la eternidad, expone lo que hoy es una verdad aterradora: la vida
del hombre es breve y, por eso, es una necedad ser estoico: esconder el cuerpo,
evitar las pasiones, eludir el amor. Safo es su negación. La epopeya mostraba
el corazón destrozado literalmente. La espada lo hería. Safo hace del corazón
el epicentro de los temblores humanos, a él se le hiere con otras armas: con el
desamor, con el desdén. Por sus afectos con la cultura de la ciudadanía, cuando
Platón piensa en su República no recomienda a la lírica en sus propuestas.
¿Por qué importa la poesía y su vibración sobre las cosas? La lírica
por ser subjetiva riega todo su discurso del Yo. Pero no es un Yo
autorreferencial que se comunica a sí mismo, sino que su mirada es una mirada a
la vez ajena. Mira con ojos de su mundo y a la vez de los otros: es un vidente
como decía Rimbaud. Por ser antiépica, exalta el instante, torna humanísimo al
hombre que tematiza. Humaniza todo lo que siente y siente lo todo que humaniza.
Poesía es cogerse de la mano: celebrar la bulla y el silencio ajenos. Allí en
esa mirada que no ve están los ojos del
poeta, dando una respuesta que no es de aquí, de este reino, sino que se
esconde en la remota incertidumbre.
La poesía discurre en el
espacio, no en el tiempo. Hilde Domin dice: “El
lírico nos ofrece una pausa en la que el tiempo está quieto”. Aquí podrán
suceder muchas cosas pero es como si nunca hubieran sucedido. Su tiempo no es
de la racionalidad, sino de la imaginería. Como no cuenta con la anécdota, como
lo hace el drama y la narrativa, debe optimizar los ecos de las palabras que
usa y rehúsa. En ellas se refractará el mundo, cuya potencialidad estará
apuntando hacia referentes muy sui géneris que el lector concretará de acuerdo al diálogo que establezca con los
textos poéticos. Por eso la poesía remite a las esencias donde está el origen:
el no ser, el no tiempo, la simplemente nada. Su relación con el lector no es por medio de una asimilación directa de texto a lector,
sino a través de una suerte de conjuro que sólo es reconocido cuando la
totalidad del poeta ha sido reconstruido intuitivamente en la totalidad del
receptor. Una cosa es construir un poema para nadie; otra, reconstruir el poema de alguien que nos
deslumbra.
La poesía por eso transcurre en una dialéctica: tiene que vivir con
autonomía, pero debe transmitir significados. Esa autonomía le permite ser un
género poco dado a mostrar lo que contempla como realidad directa. La huida de
la anécdota no es su capricho sino su auténtica dimensión. De allí que la
lectura de un poema no se resuelva con un resumen, ni mucho menos con un
inventario de sucesos. No hay epicidad. Ella es una red de imágenes que se
oponen, que se destruyen para su propio bien. En poesía lo que se comunica no es un
contenido anímico real, sino su contemplación. Interesa del poeta no lo que
mira, sino su mirada. Por una razón muy simple: no es la realidad, ni su
verosimilitud lo que importa; lo esencial es el ser que siente lo mirado. Aquí está la
perfección. Se abre el camino visional del hombre. Antes de asumir una
lectura poética tenemos nuestro propio perfil visional; leído el poema, otra
visión se unirá a nuestro abanico. La visión no es una realidad tematizada, sino la mirada de un
mirador sensible.
La poesía sólo puede construirse desde una morada rodeada por el fuego.
Acerca al hombre a la piedra y al guijarro, le dice que está libre sobre el
mundo; lo ata a un árbol y provoca su destierro eterno. Sólo en esa lenta y
continua calcinación de las palabras carnales
es posible sentir que el poeta comunica desde yo, una voz de la
humanidad.
CELEBRACIÓN DEL EROS Y EL TÁNATOS EN INSTINTOZ DE JUAN LUCANO
Por Italo Morales.
El poemario Instintoz es la voz emergida de los
claustros de la desesperación del espíritu por desbordar, a nivel del lenguaje,
todas las pulsaciones perturbadoras que obligan al yo lírico a problematizar el sentido y
sinsentido del erotismo autodestructor.
Por eso el poemario
transgrede el límite de lo racional y aparece como un discurso esparcido de
metáforas surreales, de visiones oníricas y despabilantes que buscan un tipo de
celebración que trascienda lo puramente erótico para afirmar
una identidad que se enlaza con la vida y con la muerte.
Ya Freud había definido dos tipos de instintos
que preservan la continuidad de la especie: 1) El instinto del Yo, que se
refería al instinto de la destrucción y
la muerte y 2) el instinto sexual que se orienta a la conservación de la vida.
Es decir el Eros (sexualidad-vida) y
Tanatos (muerte) sujetan al individuo en esta dialéctica de caos y ruptura.
En un primer análisis
encontramos esta doble recurrencia freudiana en el poemario. Por ejemplo, en el
título, la letra Z de Instintoz sugiere lo último (el Omega),
la muerte. Esta manifestación se decanta en el poemario para elaborar un
discurso constantemente iluminado por el
erotismo. Sin embargo, no se trata de una formalización expresiva gratuita,
sino que tras los planos superficiales subyace una metáfora de la destrucción,
de la transgresión de los planos morales cuyo castigo recae sobre el
profanador. Por ejemplo en el poemario Ojos
Diablos, encontramos cierta intertextualidad con la simbología bíblica, al comparar
a la mujer con la serpiente del Edén. Dice: “Quiero
escapar raudo por los vericuetos de mi vergüenza pero / el colmillo traidor del
edén no me autoriza volverme para/ despertar del beneplácito de la visión
endemoniada”. Aquí el Eros surge como un feroz aletazo del instinto sexual inaplazable, y esta sed irracional conduce al
propio exterminio, ya que los ángeles
del subconsciente descienden para arruinar la celebración del clímax y proyectar
el Tánatos como símbolo del canibalismo:
“Mi carne la engullen con avidez”.
En todo el poemario
existe este tipo de unidad semiológica. Confluyen una cantidad de imágenes que
sugieren que la irracionalidad animal es el sedimento del instinto sexual: “el rinoceronte torso”, “el mono”, “las
barandas osos”, serpiente”, etc. Esta animalidad (instinto primario) permite catalizar lo erótico en la
manifestación del cuerpo como materia que debe ser satisfecha, y que por lo mismo actúa, al nivel del inconsciente, en su misma contradicción. El instinto de supervivencia se
encuentra con la lasitud y la desolación final del instinto de la muerte, el
cual pertenece al territorio de la conciencia, al Yo que lo determina.
El Tánatos, es decir la muerte, es por lo tanto el
instinto que subyace en la formalización de los enunciados y en el plano del contenido
profundo. En todos los poemas la
destrucción se enciende en el acto posterior al clímax, una suerte de frenesí que ahoga y
que perturba: “Cuando la tarde y la
mañana nos sorprenda en aquel exiguo diván donde los comensales y los peregrinos
adormitan/ sus cojines. Yo y tú le habremos puesto expuesto la sed de nuestra osamenta”. El signo del esqueleto
explora una dimensión siempre recurrida y siempre destructiva. Por eso mana la
idea que a nivel profundo, el poemario sugiere que el
Eros, en la misma celebración de la danza de los cuerpos, arrastrado por
su instinto de conservación y su sed de inmortalidad, se estrecha con el Tánatos:
invicto y atrayente. Dice, por ejemplo, en
Tus dos mundos: “Mi biotipo el alimento de aquella abierta
almeja que me mastica mutándome en las heces que atesoran los escudos del
ostracismo”. Esta imagen totaliza el postulado y lo convierte en una gran
metáfora de la voz lírica que busca su propio silencio, después de haber
buceado en las comarcas inevitables de la sensualidad, atraída por la vida y
por la muerte intuida.
Más allá de la
interpretación del contenido, Instintoz aporta
significativamente a la vanguardia de la
poesía chimbotana, no sólo en la continuidad de un estilo insular, ya previsto
en su anterior trabajo De Eres, sino
que permite avizorar una mejor muestra de
Lucano en este esplendor de la poesía
como autorreferencialidad y de relativo hermetismo.
sábado, 14 de abril de 2012
De Vallejo a Paulo Coelho: tránsito simbólico
de la insensatez
El latifundio nos marcó el subconsciente
Mario
Vargas Llosa
Por
Ítalo Morales
Cuando leí el artículo en El Comercio Vallejo, Ribeyro y Montaigne de Diego de la Torre, Presidente del Pacto Mundial en el Perú, el 27
de marzo sobre la influencia
negativa de Vallejo en el subconsciente del peruano me produjo un espanto que rayaba en la
indignación. ¿Era que la indignación iba por el hecho de que los columnistas de
El Comercio carecen de niveles adecuados de comprensión de lectura? Ciertamente.
Y por eso me he sumado al apanado que le han hecho en diversas partes a Diego
de la Torre, por incurrir en una insensatez
sobre la obra de Vallejo y
Ribeyro. Dijo literalmente: “Vallejo fue un
maravilloso poeta, digno de un Premio Nobel, pero creo que influyó de manera
negativa en el subconsciente colectivo de los peruanos”. ¿Se infiere de ello
que el columnista recomienda acaso
“incinerar “ la literatura gris del Perú: Vallejo, Arguedas, Ribeyro, Ojeda, como en la
novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, donde leer impide
a sus ciudadanos ser felices? Esto implicaría llenar los estantes de las
bibliotecas con libros motivacionales, tipo Paulo Coelho, ¿Quién se ha llevado mi queso? o El mundo es tuyo pero tienes que ganártelo. Basura mediática
Anatole France
decía que los buenos libros nos descubren verdades no sobre cómo son las cosas,
sino cómo las cosas no son. Esto sugiere
que la buena literatura nunca recomienda, sino advierte. Por eso este artículo
intentará desmontar algunas falsedades en torno a Vallejo y a los libros
motivacionales que se le “oponen”, por su aparente optimismo frente a la vida
de los peruanos, tan lastimados en su inconsciente por “la angustia” del poeta
de Santiago de Chuco.
Primero lo voy a sentir por los que admiran y/o adoran a Coelho (sic) y consideran que sus libros son monumentos a la sabiduría(doblemente sic); lo siento porque defraudaré a quienes creen que la felicidad se compra en pastillas de papel bond. Lo siento porque les diré que las novelas o poemas que huelen a ruda y a incienso, me dan arcadas y me revelan el profundo deterioro que la literatura de consumo ha hecho de la llamada buena literatura. Coelho es un personaje de nuestra postmodernidad, herencia de una generación que mira a las estrellas para contarlas y no para soñarlas.
Los
poetas humanistas, aquellos que se rebelaron contra la muerte como Vallejo,
nunca cantarán a la velocidad, ni escribirán odas a la primavera mientras un
niño muera de hambre y cuando el dolor
crece a treinta minutos por segundo. Por otro lado, sé que Vallejo era alegre, como lo dicen casi todos
los entendidos, constatado por Ricardo Gonzales Vigil en su ponencia El Humor en Trilce y Poemas Humanos; tuvo
tristezas como todos, pero su poesía no es una declamación a la muerte: es una rebeldía metafísica contra
el descanto que ha significado la historia.
¿Es que acaso una obra literaria puede influir
negativamente o positivamente en la psique de una nación o en su inconsciente colectivo
hasta el punto de generarle una neurosis? ¿Werther conmocionó tanto a los alemanes
que los convirtió en suicidas? Es evidente que la literatura influye y conmociona generaciones, pero no es
determinante para socavar una identidad de un pueblo que ya la tiene. Una obra
puede dar origen a una nación, pero es inocua cuando un país casi no lee nada.
Y si así lo fuera, la supuesta tristeza de Vallejo nunca fue destructiva, ni
suicida, sino rebelde.
A las falacias desmontadas que han escrito
diversos columnistas de Lima como Gustavo Faveron, Iván Thays, sumaré algunas más.
1. Vallejo es muy conocido, pero no muy leído. Hay gente que piensa que la poesía no sirve para nada
Es una idea falsa y al mismo tiempo mucho más
verdadera de lo que estamos dispuestos a admitir, o formulado al revés, al
decir que la poesía no sirve, la gente tiene razón y sin embargo está
completamente equivocada. Marta Berlanga dice que esto se explica
porque quien lo dice considera que el fiel supremo para medir las cosas es la
utilidad. Y el valor de la poesía, si tiene alguno, no es ese, el poema no
sirve como útil, vale en tanto es y sirve para sí mismo, lo que genera efectos
impredecibles en las personas. Esto ha llevado que la poesía no se lea tanto
como otros géneros. Más aún en un país como el nuestro donde hallar un lector
es tan raro como encontrar un político honrado.
Todos hablan de Vallejo, pero nadie lo ha leído. Sucede algo parecido con Borges en Argentina. Por eso ¿qué tan dañino puede ser para un hombre de la calle la poesía vallejiana cuando él cuando apenas sabe que Vallejo se escribe con V? Por eso es falaz echarle la culpa a Vallejo y no a la pobreza y al racismo. Sobre todo en un país donde hasta 1969 una enorme cantidad de peruanos no podía votar porque eran legalmente analfabetos.
2. La poesía/narrativa vallejiana no
es de autoayuda ni de antiayuda
Cuando compre
un libro tipo Por favor sea feliz
sabrá que tendrá unos tips que le servirán para una semana de programación
mental, cuando adquiera un celular, sabrá que su dinero se recompensará en las
llamadas que tenga. La pregunta es ¿cuál es la moneda de intercambio en la
poesía vallejiana? La respuesta es que no hay tal moneda, que no hay
nada que sirva como medida común de su valor. De manera que el único
intercambio posible es entre una persona y una cosa de palabras o poema de
Vallejo, en una ocurrencia única, no repetible, no transmisible, al cual las
categorías del dar y el recibir no le calzan.
La poesía del vate
peruano está en una línea entre el bien y el mal. El mérito de él –si se quiere darle una compensación
social- es advertirnos, en contra de la celebración ciega de la vida, del
riesgo que acarrea esa ceguera: la gestación de un mundo a merced de las
dictaduras y de los abusos contra la humanidad.
Tampoco hay negatividad en su propuesta
poética, ya que, siguiendo la desastrosa y contradictoria lógica del
articulista Diego de la Torre, entonces su influencia pesimista habría
alcanzado a la civilización humana y a quienes estarían tentados de reconocerle
un premio Nobel. Toda España sufriría los embates de Trilce como si fuera un
huracán endemoniado.
3.
La poesía no es un género de masas: Vallejo no era una estrella de rock
La poesía de Vallejo hasta la actualidad transita entre coloquios y tesis
universitarias. Es una poesía cuyos títulos muchos conocen, pero que pocos han
paladeado. Es que en la poesía su relación con el
lector no es por medio de una asimilación directa de texto a lector,
sino a través de una suerte de conjuro que sólo es reconocido cuando la
totalidad del poeta ha sido reconstruido intuitivamente en la totalidad del
receptor. ¿Cómo influir en la psique de una
nación cuando apenas pocos saben de su existencia? ¿Influyó más Vallejo o los
Beatles? ¿La herencia de su poética fue acaso un libro de culto en las
juventudes peruanas de aquellos años, como lo fueron los libros de Mariátegui,
Víctor Raúl Haya de la Torre?
Por otro lado Vallejo no tiene porque ser leído por todo el mundo, sino no
sería Vallejo, sería sospechoso de no serlo. Paradoja que merece una atención,
tanto como la ingenuidad de creer que la poesía debe ser masiva. Nunca lo fue,
creo que nunca lo será. Ya para ese entonces el poeta había bajado de su
pedestal.
Hay que sospechar de los libros que
se venden como recetas, Crepúsculo, Harry Potter, La Quinta Montaña. Narrativas
exitosas que nunca tuvo ni por asomo poetas como Elliot, Pound o Cernuda.
4. El subconsciente de una nación se
funda en raíces etnográficas, sociohistóricas,
geográficas y políticas: Vallejo no es Cristo.
Dice Gustavo Faveron sobre el artículo de marras: “Para de la Torre, César
Vallejo ha sido más nefasto que Fujimori o Guzmán porque se insertó en el
inconsciente y, para poderlo discernir, sería necesario un psicoanalista.
Habría que preguntarle al columnista peruano qué influencia ha tenido “Las once
mil vergas” de Apollinaire en el comportamiento de los franceses o si Passolini
por haber hecho “Saló o los 120 días de Sodoma” es el culpable de que Italia
tenga a Berlusconi”
Es evidente que pensar que la obra de un individuo puede influir
negativamente en el subconsciente es socavar las bases de la construcción del
imaginario social. La cosa es más o menos al revés. Si bien es cierto que
individuos han penetrado en el inconsciente por la herencia de símbolos míticos
o religiosos, en Vallejo esta hiperbólica grandeza que se le atribuye es casi
cómica. La tristeza del hombre andino tiene herencia milenaria; su silencio es
ancestral en la que se combina hechos sociales y geográficos. La peruanidad es
un proceso vulnerado por la conquista, la guerra perdida, el sentimiento de que
algo nos falta, un cierto deja vú en
la mitología. ¿Acaso el latifundio nos marcó el subconsciente, como dice Vargas
Llosa? El ser peruano es una construcción casi utópica entre mundos tan
distantes. Estos procesos han sido estudiados por grandes teóricos, como
Basadre, Mariátegui, Galindo, Max Hernandez, etc.
5. La voz poética de Vallejo no va
dirigida a un espacio geográfico determinado, sino que es universal
Vallejo
ha sublimado la esencia del hombre ante el mundo, ante Dios, ante el destino.
Su peruanidad es universal y su universalidad no se encasilla en una topografía
ingenua. ¿Acaso Trilce es el alma de un peruano en el centro de una plaza o
Poemas Humanos sólo refieren pasajes andinos?
Hay un cosmopolitismo en sus poemas. Vallejo ha universalizado el ande y
su dolor es el dolor de la humanidad. El inconsciente peruano en él sólo parte
por una neurosis maternal.
6.
Ningún Vallejiano se ha desbarrancado por el hecho de leerlo: su poesía es
rebelde y no funesta.
La
muerte no es un deseo, sino una condición de negación de la vida. Cuando
Vallejo problematiza y personifica el dolor no lo hace desde el prisma de lo
terminado, sino de lo incompleto. Para Vallejo el ser humano está inconcluso,
le faltaba su lado perdido en la historia, quizás un lazo con el cosmos y con
la vida. En esa búsqueda se rebela. Cito
a Thays: “Lo que no llega a entender Diego de la Torre es que todos los
artistas crean sus obras a partir del descubrimiento de las fracturas del
mundo. Mario Vargas Llosa ha explicado hasta el hartazgo que los escritores
escriben para "mejorar la realidad", y que esa necesidad aparece
cuando se quiebra la relación con el mundo y empieza una actitud crítica”.Lo
confirma Beto Ortiz cuando dice que Vallejo no es triste, es
subversivo: La cólera que quiebra al hombre en niños, que
quiebra al niño en pájaros iguales, y al pájaro, después, en huevecillos; la
cólera del pobre tiene un aceite contra dos vinagres.
Continúa explicando Thays “aquella aparente
tristeza en muchos de sus poemas, no necesariamente lo definen como el poeta
llorón, como otros lo han llamado. Según Antenor Orrego y Juan Espejo
Asturrizaga: "...era bromista y juguetón, como un niño.
Por
eso si Vallejo no era triste en la vida cotidiana, entonces creo que Vallejo
reflejaba lo que Albert Camus llama un rebelde metafísico, es decir aquella
situación en que el hombre se alza contra la condición en que le ha situado la
creación. Contra el principio de injusticia que observa en el mundo, el hombre
rebelde reclama el principio de justicia que lleva consigo. Tal y como lo
expresa Camus, la rebeldía metafísica no se identifica totalmente con el
ateísmo, ya que aquella desafía más que niega. No pretende suprimir la
divinidad, sino hablarle de igual a igual: “Dios
mío si tu hubieras sido hombre hoy supieras ser Dios”.
De
esto se puede inferir ciertas variables
que los representantes de la literatura de consumo tratan de defender a
costa de poetas como Vallejo o de
narradores como Ribeyro.
Creencias/olvidos/literatura
para leerse con marihuana
1.
Coelho es un referente curativo para la
neurosis social en que estamos sumergidos. Poetas como Vallejo deberían
proscribirse para siempre.
2. Los individuos triunfan cuando se sobreponen
a un fracaso: “Lo hice yo, hazlo tú”. La venta de recetas de éxito triunfará
sobre libros catastróficos como Los Heraldos Negros. Este mercadeo de la competencia en que
la que no vale estar triste, porque el otro es feliz y te ganará el empleo ya
lo veía Freud, para explicar la neurosis de la sociedad capitalista
3. Vallejo es un síntoma del fracaso y Coelho no lo es. Pues claro, el brasileño ha vendido en un año lo que Vallejo en toda su vida.
Corrección: es
notoriamente estúpido como dice que Gustavo Faverón creer que por culpa de Kafka los germanos
suponen que un hombre es en el fondo una cucaracha, o que debido a Melville y a
Hawthorne y a Poe y a Faulkner los americanos se creen condenados a la
desgracia y al horror, o que Camus y Sartre han convertido a los franceses en
fatalistas o en nihilistas. Aceptémoslo: hay una razón por la cual Vallejo
escribió "Los nueve monstruos" y la obra cumbre de Alonso Alegría es
Nubeluz.” Lo de Alegría se refiere que el hijo de Ciro Alegría, también le dio
la razón a Diego la Torre y que por un asunto de terrible destino, Alegría fue el creador de Nube Luz y
Vallejo de Trilce.
***
Para De la
Torre Vallejo es un síntoma del fracaso
de la peruanidad: el emblema mortuorio de la que se queja Zavalita, en su jodida taberna. Hay en Vallejo un colapso ineludible que el peruano jamás ha vivido. Por contrapartida Coelho es
el símbolo de la carita feliz: un verdadero emoticón sacándole la lengua a la
derrota y a los poetas malditos que se incendian en las plazas. Pobres fracasados,
cuando deberían estar vendiendo libros como El Mundo es Tuyo, conquístalo,
en lugar de escribir versos como “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo”. Vallejo no tiene la culpa de que el Perú no
sea Suiza, dice Pedro Salinas.
Estos
argumentos De la Torre revelan el grado de entropía que puede llegar el
cerebro cuando se lo expone a la idea de que vida se puede etiquetar en una
marca registrada o cuando se cree que la felicidad viene
en una lata de conservas.
Esta clase de ideas y prejuicios sobre Vallejo
revelan la pronta caída de los héroes de la cultura en el Perú, la negación del
pedestal que antes tuvieron. Vallejo es de aquellos poetas que se resisten a
morir, porque son parte de la grandeza de una nación. Un poeta como él vale tanto como Machu Picchu: Es
identidad, es rareza. Vallejo ya no es hombre, sino un símbolo que no cuentan las
estadísticas de la economía. Se ha hecho parte del saber mitológico de su
gente. Cuando todos lo sueñen, entonces si será para parte del inconsciente
colectivo.
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